Las monedas antiguas y medievales son uno de los indicadores arqueológicos más
informativos acerca de la existencia de contactos intra e interculturales, debido a que
en su mayoría tienen bien establecidas las fechas de acuñación, así como los periodos
y las áreas básicas de circulación. Esto, a su vez, permite determinar en términos
más precisos que con otros tipos de artefactos, la época y las culturas entre las
que ocurrió alguna especie de comunicación. Sin embargo, en la polémica sobre los
contactos transoceánicos precolombinos, el argumento numismático ha tenido un
valor muy escaso.
Excepto el llamado «penny vikingo» de Goddard, en el Estado de
Maine, discutido por Bourque y Cox (1981), hasta el presente no se ha publicado
ninguna otra pieza numismática del Viejo Mundo encontrada en contexto precolombino
fidedigno. Aun más, Epstein (1980), en un extenso y sutil estudio sobre 40
casos de monedas antiguas y medievales del Viejo Mundo halladas en el continente
americano, ha observado que 16 de los hallazgos examinados —o sea, el 40% del
número total— tuvieron lugar después de la Segunda Guerra Mundial, lo cual coincide
con el «boom» del coleccionismo de tales monedas en América y hace pensar
más bien en una importación y extravío recientes. Semejante posibilidad tampoco ha
sido descartada por Genovés (1972: 73-75) en su investigación sobre una moneda de
Ptolomeo III o IV descubierta en 1939, durante ciertos trabajos de excavación en la
vieja playa de Fort-de-France, Martinica.
Hasta el presente, en México se conocen unos pocos hallazgos de objetos del
Viejo Mundo de posible importación precolombina (Batres 1908, Mason 1951,
Heine-Geldern 1961, García Payón 1961, Hristov y Genovés 1998a, 1998b, 1999,
2001, entre otros), pero ninguno de dichos datos tiene que ver con piezas numismáticas.
Afinales de 1994, el arqueólogo Mario Navarrete, entonces director del Museo
de Antropología en Jalapa, llamó la atención de Romeo Hristov sobre una medalla
de bronce de apariencia romana, procedente del estado de Veracruz.
La información
disponible es, lamentablemente, incompleta y no del todo fiable; no obstante, esperamos
que su publicación pueda resultar de cierto interés para los arqueólogos interesados
en el problema de los contactos transoceánicos precolombinos.
El hallazgo: procedencia y descripción
En 1991 le fue ofrecida para su venta al Museo de Antropología de Jalapa una
medalla de bronce, cuya factura y estilo hacían pensar en un posible origen romano.
Según su propietario, dicha medalla se descubrió durante unas excavaciones no controladas en un asentamiento prehispánico, localizado en los alrededores del pueblo
de Tatatila, Veracruz (Fig. 1; posiblemente se trata del asentamiento indicado en
mapa por García Payón 1971: 507, 510). Debido a la falta de relación directa con las
obras de arte prehispánico exhibidas en el museo, el curioso objeto no fue comprado,
pero Mario Navarrete tomó algunas fotografías que publicamos aquí (Figs. 2 y
3). La descripción del objeto es la siguiente:
Anverso. -Cabeza del emperador Antonino Pío (138-161 d.C.) de perfil hacia la
izquierda, con corona de laurel. La leyenda alrededor del retrato es: IMP CAES T
AEL HADR AN-TONINVS AVG PIVS.
Reverso. -Una figura masculina a caballo, avanzando hacia la derecha (probablemente
representación del mismo emperador) y leyenda: PONT-MAX. Gráfila punteada
alrededor de la figura del jinete.
Diámetro: 47 mm.
Estado de conservación: regular.
Según la opinión de Curtis Clay, experto en monedas romanas de Harlan Berk
Ltd., Chicago (comunicación personal de Romeo H. Hristov 1996), la pieza en cuestión
es muy similar a dos medallas de bronce del emperador Antonino Pío (Gnecchi
1968, Tavola 48: 1-2), aunque la considerable diferencia entre el diámetro promedio
de estas últimas (36 mm) y el de la medalla de Tatatila (47 mm) y, ante todo, el lugar
poco común donde se efectúo el hallazgo no excluyen la posibilidad de fraude. A
partir de 1995, hemos intentado localizar en diversas ocasiones al propietario de la
medalla con el fin de averiguar in situ las circunstancias del descubrimiento y hacer
un examen directo del objeto, para aclarar las dudas con respecto a su autenticidad.
Desafortunadamente, las notas que contenían su nombre y dirección habían sido
extraviadas y los intentos mencionados no tuvieron éxito.
Discusión y conclusiones
Si hay algo seguro con respecto al hallazgo de Tatatila, es que éste no es —o por
lo menos no lo es sobre la base de los datos que tenemos por ahora— una evidencia
positiva de la existencia de contactos transoceánicos precolombinos. La falta de
información suficiente sobre el contexto de procedencia de la medalla, las dudas
sobre su autenticidad y la ignorancia acerca de su paradero actual dejan abiertas
demasiadas posibilidades de equívocos y dificultan en extremo su correcta interpretación.
De hecho, en las últimas décadas tales hallazgos no muy bien documentados
han dado lugar a varias situaciones embarazosas. Por ejemplo, Buttrey (1980: 12)
menciona «...una moneda romana descubierta recientemente durante las excavaciones
de una tubería de agua [en una casa particular en los Estados Unidos]. Mientras
que el dueño de la casa llevaba a cabo el trabajo, su vecino, profesor de estudios clásicos,lo hizo más interesante ‘sembrándole’ una moneda romana barata en un lugar
donde fácilmente la pudiera encontrar —y la encontró». Andrews y Boggs (1967)
describen otra confusión parecida con una figurilla de colmillo de hipopótamo, descubierta cerca de la ciudad de Colón, El Salvador, en «un suelo sin huella de disturbios a casi dos metros de profundidad». No obstante, después de una investigación
cuidadosa, el objeto resultó haber sido manufacturado y extraviado a mediados del
siglo XIX.
Por otro lado, también existen datos que impiden descartar a la ligera la idea de
una posible importación precolombina de la medalla. Entre dichos datos hay dos que
merecen una atención particular:
(1) El descubrimiento de un asentamiento romano fechado entre los siglos I a.C.
y IV d.C. en las islas Canarias (Atoche Peña et al. 1995). Como es bien sabido, alrededor de las islas mencionadas se originan una serie de corrientes marítimas que
podían haber arrastrado algún barco antiguo hasta las Antillas o el Golfo de México,
como ha sucedido varias veces desde el siglo XVI en adelante (Alcina Franch 1955:
878, 1969: 16-17).
(2) El origen y la cronología de la medalla de Tatatila son muy similares a los de
una cabecita de terracota de aparente origen romano, descubierta en una ofrenda
funeraria de México central (García Payón 1961, Heine-Geldern 1961). Tanto la
hipótesis de importación transatlántica precolombina de la cabecita, como la cronología
del siglo II o III d.C., sugerida por su análisis estilístico, se han visto reforzadas
por una investigación reciente (Hristov y Genovés 1999, Schaaf y Wagner 2001,
Hristov y Genovés 2001); no obstante, las lagunas en la información actual sobre la
medalla hacen imposible elegir, objetiva e imparcialmente, entre las diferentes posibilidades de cómo y cuándo pudo haber llegado a México.
Revista Española de Antropología Americana 213
2005, vol. 35, 207-240
Revista Española de Antropología Americana 213
2005, vol. 35, 207-240
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